01 enero 2013

A M I G O S V

                           -- Sabes Diego, para mi existe una gran conexión entre ésta Plaza de los Reyes que ha marcado casi toda nuestra niñez y adolescencia y el cercano Bar Pecino.


                          - ¿ Te refieres al de los futbolines, al lado del Nuevo Marañés haciendo esquina con la calle Correa ? ¿ Que los domingos era casi imposible coger para jugar al futbolín, porque era tal la demanda que los mayores casi no nos permitían jugar a los pequeños ?

                          - Efectivamente, así era.

                         -  Por eso nos desquitábamos, cuando entre semana a la salida del colegio, en cuanto teníamos una peseta, corríamos hacia el Pecino para jugar una partida de futbolín. Recuerdo, que a escondidas del señor Pecino que siempre estaba vigilante detrás de la barra del bar, obstruíamos con prendas de tela, como pañuelos, jerseis, bufandas.......... las porterías de la mesa de juego de tal forma que al marcar gol, la pelotita no pasaba ni hacía ruido al entrar. No se la tragaba la máquina. Con el mayor disimulo la sacábamos de nuevo con el mayor disimulo y la poníamos de nuevo en juego. Así la partida duraba muchísimo, se eternizaba para nuestro deleíte y disfrute, aunque había el peligro de que el dueño nos sorprendiera y entonces había que salir por piernas . Ya que si te cogía el coscorrón no te lo quitaba nadie y lo peor era que durante unos dias no podías hacer acto de presencia, ya que tu "carita" había quedado grabada en la mente del señor Pecino y no te dejaba estar allí ni aunque sólo miraras. ¡ Porque gastaba un genio......... !

             - Exactamente, viejo amigo. Ese era el señor Pecino, un hombre con gran carácter. Estaba casado y vivía en la calle Echegaray, junto al cine de verano Terraza el Cortijo, por encima de la Glacial. Su esposa, mujer extraordinaria, con profundos sentimientos y arrolladora simpatía y que a pesar del uso de los lentes que pudieran ocultar la viveza de su mirada, no era óbice alguno que pudiera impedir en las faciones de su rostro, el basto caudal de ternura y comprensión que derrochaba.
                      - Pues bien Diego, éste matrimonio no tenía hijos propios. Con ellos vivía una sobrina cuyos padres y demás familia vivían en Algeciras. Pero que ante las dificultades económicas, los tios recogieron a una de las sobrinas y se la trajeron a Ceuta con ellos, con el fín de paliar la difícil situación familiar y hacer más llevadera la subsistencia, al mismo tiempo que le daban la oportunidad de recibir una buena y completa educación.
                    Manoli, que así se llamaba y se llamará ésta bendita chiquilla, era lo más bonito y cariñoso que puede encontrar hombre alguno en su vida. Guapa, sencilla, amable, simpática, educada, en fín, toda una mujer a pesar de sus pocos años. Nos conocimos una tarde guardando cola para sacar las entradas en un circo que se había instalado en las Balsas, donde muchos años mas tarde se construiría el nuevo Hospital de la Cruz Roja.
                   Nos tratamos, salimos y la verdad, nos enamoramos profundamente. Y eso que éramos bien jóvenes. Un amor sano, limpio, puro, auténtico........ Éramos completamente felices, yo diría que inmensamente felices. Por aquel entonces yo era bachiller y cada tarde, sobre las dos y media, recogía a Manoli en el Revellín, a la altura del Campanero, pues ella regresaba de casa de un familiar. Charlando animadamente volviamos juntos hasta el mismo bar del tío. Nos despediamos en despedidas que se hacían larguísimas y yo volvía sobre mis pasos y de nuevo reemprendía la marcha hacia el Instituto. Muchísimas veces me daban ganas de hacer novillos y quedarme con Manoli. Pues bién, ella se oponía enérgicamente y me decía que los estudios era lo primero. Que por la tarde tendríamos tiempo de vernos y estar juntos. Efectivamente, sobre las 8 de la tarde, Manoli, que aprendía el bordado a máquina en la Casa Singer, justo enfrente a la Glacial, esperaba impaciente mi presencia a través de las cristaleras de los escaparates. Los colores le subían a la cara, entre bromas y risas de sus compañeras de bordado. Era feliz y se le notaba. Yo disfrutaba de su compañía. Éramos un par de tortolitos. Como era de esperar, nuestros paseos y sobretodo mi constante presencia en el triángulo Pecino, Singer, el Cortijo, con asistencia al cine ya desde entonces mi preferido, hizo público y notorio nuestro noviazgo. Su señora tía - como te digo amigo Diego -  mujer cabal donde las haya, fué conocedora de nuestro idilio y hablando con nosotros, pronto fué convencida de la autenticidad de nuestro amor. Habló como sólo puede hablar una madre al ver la felicidad de sus hijos. Sólo nos advirtió de que tuviéramos cuidado y no estropeásemos una relación que para todos era idílica. La buena señora contribuyó a que nos viésemos con más comodidad y frecuencia, proporcionando a Manoli mil y una maneras de tener que salir aunque sólo fuese a comprar una cajetilla de cerillas. Reconocía la mujer el enorme cariño que nos profesábamos su sobrina y yo, pero era consciente de loa severidad e intransigencia de su marido. Veía, como así me dijo, el brillo iluminador de la felicidad en los ojos de Manoli y se alegraba de su felicidad. De nuestra felicidad, De mi felicidad. Hacía todo lo posible por convencer del todo a su marido para que nos dejara poder exteriorizar nuestro cariño.
                     Comprendo que el buen señor, se sintiese tremendamente responsable de su sobrina, ya que había asumido el educarla en nombre de sus padres, pero la verdad es que comprendiendo el verdadero amor, no nos facilitó las cosas. Empezó a poner trabas a nuestro cariño. A obstaculizar nuestra relación. Aquí, justamente en ésta Plaza de los Reyes, en estos Jardines del Capitán Ramos, vinimos a llorar Manoli y yo nuestras penas cuando antes veniamos a reir nuestras alegrías. Así fueron transcurriendo los dias, las semanas, los meses........
                   En éste mismo lugar, cierta tarde, sorprendió nuestro romance. Nos aconsejó dejar lo nuestro para más adelante. Que aún éramos muy jóvenes y que dejáramos de vernos, pues de lo contrario, enviaría a Manoli de nuevo con sus padres a Algeciras. La más negra nube se extendía por nuestro horizonte. No se lo que realmente ocurrió. Pero nunca olvidaré sus resultados, sus terribles consecuencias. Discutimos, la discusión se degeneró, se hizo más agria y se me escapó de las manos. La cuestión es que agredí al tío de Manoli. Llegué a lo más bajo y ruín. A poner mi manos encima del familiar que cuidaba y velaba por la personita a quién yo tanto quería. Agredí a quién de una forma indirecta, era copartícipe de mi felicidad. No supe verlo. No supe comportarme. No supe ser digno del amor de Manoli.....Creo que pensé únicamente en mí.  Egoistamente en mí...........

                        - ¿ Qué pasó ? - la expresión, la duda, el temor ha asomado en la cara de Diego.

                       Sencillamente....... todo terminó....... No volví a verla nunca más. De nada sirvieron mis intentos por verla. Por pedirle perdón  por el tremendo daño que le había causado....... Me sentí abatido, hundido, destrozado....... Y lo peor es que no tuve a nadie a mi lado, como te tengo a tí ahora, querido Diego, que me hubiese podido consolar o al menos escucharme como ahora tú lo estás haciendo. Así que lo pasé muy mal, francamente mal...........




( continuará )

1 comentario:

  1. Anónimo9:07 a. m.

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