01 junio 2012

AFRIQUITA

                                                                        EL RINCÓN DE OFELIO

                                                                          ( A Virginia Lopez Perez, gran mujer y extraordinaria
                                                                             persona )


                    Era Juan un muchacho de lo más vivaracho y simpático. Había nacido y criado en la Huerta, pequeño patio de pocos vecinos y que formaban un grupito de adorables casitas blancas situado en la confluencia de las calles Canalejas, Molino y el Patio Diamante. Fuerte, moreno y gallardo, curtido por brisas y soles de nuestra marinera Ceuta, sabía de los bellos amaneceres, de los vientos de levante y poniente tan característicos de nuestra vieja Ciudad; de la pesca y del volar sereno de las gaviotas.
                   Juan era feliz en aquel ambiente de paz. Huérfano casi al nacer, no conoció más afecto que los de su tío Andrés, un rudo pescador con muchas horas de mar; ni más amigos que sus incondicionales Claudio y Miguel, ni más quereres que el amor de la Virgen de África y el cariño casi infantil de Afriquita, la nieta del anciano tendero de la calle Sevilla, rubia y menuda, con cara de nieve y ojos azules.
                  Cierto día, Afriquita y Juanito, sentados ambos en la parte más alta de la Huerta, miraban a lo lejos, ensimismados, extasiados, como si sus ojos tratasen de ver más lejos de lo normal, dijo así la chiquilla, que ya cumplía sus quince primaveras:

                 -- Oye Juanito, ¿ qué hay más allá del Peñón de Gibraltar y de la sierra que se ve a lo lejos ?

           --  ¿ No lo sabes ? -- respondió Juanito -- Allí detrás, dicen que está nuestra capital, un pueblo muy grande que se llama Madrid.

          -- ¿ Madrid ? ¡ Qué bonito debe ser. Me lo contó una noche mi abuelo: " hay edificios y unas torres muy altas -- me dijo -- tan altas, que casi llegan al cielo "-- ¿ Es verdad ?

         -- ¡ Anda, ya lo creo ! las he visto pintadas en un cartel en el escaparate de Fotografias Arbona ; ¿ te acuerdas Afriquita ? El estudio donde te hiciste esa fotografía tan bonita. ¡ Qué guapa que estabas con tu mantilla de raso, tu blusa blanca y aquella falda encarnada y aquel collar con trocitos de corales y el pelo, ese pelo tuyo que es oro y miel, lleno de estrellitas de plata ! ¡ qué guapa, qué bonita estabas, qué maravillosa !

          -- ¿ Y ahora,  no lo estoy ? -- dijo vivamente la chiquilla

         -- Ahora más -- respondió Juanito clavando sus ojos serenos en el azul intenso de aquellas pupilas, mar dulce y sereno. Y aquella mirada llenó un silencio arrullado por aleteos de un primer amor.

          Afriquita, rápida se puso en pié en la parte más alta y mirando hacia el infinito horizonte dijo así a Juanito:

        -- Yo quisiera empinarme mucho y ver esas dos torres tan altas que casi llegan al cielo. ¡ ayúdame Juanito !

          Y el zagal se levantó, y cual si fuera un copo de nieve levantó a Afriquita con sus poderosos brazos, y poniéndose de puntillas gritó: ¿ Las ves ahora ?

       -- ¡ Si Juanito, si las veo ! ¡ Son como dos luceros que brillan con el sol !

      La tarde de junio caía con honda placidez; un crepúsculo rojizo despedía al sol poniente, mientras que en la vieja Iglesia del Valle sus campanas tocaban el Ángelus.
     Así cruzaba por el Monte Hacho aquella luminosa primavera cuajada de flores y mariposas, arrullos de pájaros y brisas marineras que traen murmullos de lejanías.
   
      Cierto día, por las escaleras del callejón del Hospital, siguiendo la senda de la Huerta, vió Juanito subir a dos hombres que caminaban con paso acelerado, cruzaron ante la casa de Claudio y pronto escalaron el montículo donde se hubica la casa de Juán y de su tío Andrés. Ladraron los perros, callaron los pájaros, silbó Juanito a los canes y el viejo Andrés se adelantó a los visitantes deseoso de conocer sus nuevas por esa visita. Uno de ellos extendió unos papeles mostrando al pescador para que los leyera. Eran los visitantes, delegados de la autoridad, portadores de una orden militar para que Juanito se incorporara a filas. La guerra de Liberación necesitaba hombres para defender la Patria.
       El tío Andrés llamó a Juanito entregándole el documento. El joven miró el  escrito con ojos extraviados, le dió vueltas y más vueltas entre sus mano y se quedó suspenso.
       Con voz serena, le dijo así el viejo marinero:

            -- Juanito, la Pátria te llama y a defenderla has de ir. Eres valiente y lo superarás. Mañana bajarás a Capitanía y de allí al puerto, partirás para la Península y seguramente hacia el campo de batalla. Que Dios te ampare.

             Cumplida su misión, los visitantes abandonaron la Huerta. Volvieron a ladrar los perros, sonaron el trinar de las aves y la paz amorosa de la tarde, cálida y perfumada, acarició de nuevo el paisaje ceutí, dorado por las luces vespertinas de aquel sereno atardecer.


         
              Antes de que el sol del nuevo día besara la tierra, Juanito ya se había levantado. Pensaba ir a la Iglesia de los Remedios y rezarle al Cristo de la Buena Muerte del que era fiel devoto antes de partir para la Península. No pudo en toda la noche conciliar el sueño. La imagen de Afriquita era y grandes lágrimas su contínua pesadilla. Separarse de Ella, de su Afriquita.¡ cómo le dolía el alma !. Triste, con la cabeza caída, cruzó el Patio Diamante en dirección a los Remedios. En medio del amplio patio detuvo su marcha, extendió su vista por todos aquellos lugares, para él tan queridos. Iba a abandonarlos por primera vez en su vida y quién sabe, si tal vez para siempre.Sintió que sus ojos se nublaban y grandes lágrimas rodaron por sus mejillas. Lloraba con amargura infinita.
           Cuando regresó de la Iglesia de los Remedios, ya el sol se levantaba por el Sarchal entre celajes de fuertes tonalidades naranjas. Afriquita estaba en su ventana

           -- ¿ Donde vas Juanito, que te has puesto tan elegante

           -- Voy a la guerra, Afriquita

           -- Y eso ¿ donde está ?

           -- Allá lejos. Mas allá del Peñón de Gibraltar

           -- ¿ Y no te veré mas ?

           -- Sí Afriquita, me verás todas las noches si subes a la parte mas alta de la Huerta. Donde vistes las dos torres que son como dos luceros. Allí estaré yo.

           -- Y, a mi, ¿ me verás ?

           -- Sí, también te veré a la luz de la luna llena que aparece por el Monte Hacho.



              Madrid bullía como en los dias de sus más famosas efemérides. La guerra ya duraba dos años. Juanito entró en Madrid cuando el sol de verano ponía resplandores de fuego en las torres gemelas de la Catedral. Juanito quedó sobrecogido. La soberbia mole catedralícia se levantaba con majestuosidad soberana, con orgullo y elegante donaire, desafiando a los vientos su bien templaza traza.
             El joven ceutí inclinó su cabeza y en su mente se reflejó una vez más, la figura de nieve y miel de Afriquita. La orden de partir para el frente fué dada aquella misma tarde. De madrugada saldrían las primeras expediciones. Juanito caminaba solo. No conocía amigos ni compañeros de armas. Instintivamente se dirigió hacia la Catedral. Se acercó a una de sus dos torres gemelas y desde su base la contempló de abajo a arriba. Era alta, muy alta, y como decía Afriquita, casi llegaba al cielo. Un buen rato estuvo admirando su altura. En su mente bullía la idea de subir hasta el último pináculo, hasta la cruz de la elegante torre y desde allí mirar muy lejos y ver a Afriquita, que subida en la parte más alta de la Huerta o bien desde el Patio Diamante, estaría también mirando lejos, muy lejos, para verle a él.
            Nuevamente Juanito examinó la torre, la midió de alto a bajo con su mirada de águila y al fín se dicidió. A él, que había escalado y trepado por la rocha para bajar a la playa del Sarchal, que había subido por rocas verticales levantadas sobre abismos. A él, que había subido a los altos y frondosos pinos del Monte Hacho en busca de las ansiadas piñas ¡ qué le importaba subir a esa torre por muy alta que fuese, si desde allá arriba había de ver a Afriquita  que era toda su vida ! Y subió a lo más alto, trepando como los corzos de las montañas y a la luz blanquísima de aquella noche de Julio vió, como estrellita de nieve, la cara de su Afriquita. Y ella, suspendida por los brazos de su abuelo, mirando lejos, muy lejos, dijo con la mas honda emoción -- ¡ Ya lo veo, ya lo veo ! ¡ Es como un lucero que brilla como el sol !


               La guerra fué dura. Cruel. Pero al fín  volvieron los bravos muchachos a Ceuta. Volvieron a sus hogares. La paloma de la paz volaba ya por España. Himnos, cantos y risas venían desde el Puerto hasta las altura de la Huerta. Y sus ecos resonaron por todos los rincones.
              Pero Juanito no llegó. Se quedó allí. Lejos, muy lejos...........¿ Dónde ?....... Sólo Dios lo sabe.

             Todas las noches de luna llena, sube Afriquita a la parte más alta de la Huerta, a los límites de la Calle Molino, y allí, mirando a lo lejos, dicen que ve un lucero.

            -- ¿ Qué ves, Afriquita ? -- preguntan los vecinos de los alrededores.
                Y Afriquita, con lágrimas que poco a poco van fundiendo el copo de nieve de su cara, grita muy fuerte:
             --- ¡ Mirad ! ¡ Mirad ! ¡ Allí está Juanito.......!


                                                                                                Ofelio                                                              


         



         

4 comentarios:

  1. Anónimo3:45 p. m.

    Ofelio, sentia inquietud porque dejabas de escribir tu maravillosos relatos, pero me has asombrado. Creo que tu cuento está basado en personajes reales, pues yo que conocia la huerta recuerdo que vivia Claudio y su hermano Rafael. Tambien Adolfo y Carmela. Y creo que ese Miguel era el hijo delde automovilismo y su hermano Andres. Jolines, que gusto da leerte.Un enorme beso, paisano. Maria Teresa Salou Tarragona

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    1. Anónimo3:51 p. m.

      No te has equivocado Tere. Hay nombres auténticos, otros, simplemente los he cambiado. ¡ Muy aguda ! En todos mis relatos hay personajes reales. A ellos les tributo homenaje

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  2. Anónimo9:18 a. m.

    Gracias,gracias,gracias, no te imajinas la ilusion y la sorpresa ke me has dado, te deseo mucho exito en tu nueva trayectoria, tu amiga siempre.
    virginia

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